
El otro día hablaba del Festival de Medio Otoño, y mencionaba las ofrendas que le hacían las mujeres a Chang’e, la diosa que vive en la luna.
Esta mujer guapa e inteligente era la esposa de Hou Yi, un diestro arquero que ayudó al emperador a matar 9 de los 10 soles que había por entonces en la tierra. Como agradecimiento el emperador le dio la medicina de la inmortalidad. Chang’e pensó: «las personas siempre han querido vivir eternamente, ¿quién desea morir?» Así que un día, a escondidas, se comió la pócima. De repente se sintió ligera, muy ligera y poco a poco empezó a volar hasta que llegó a la luna. Es en ese momento cuando Chang’e entendió lo que significaba ser inmortal, vivir eternamente en el cielo y no en la tierra.
La vida en la luna no era nada del otro mundo. La diosa se sentía muy sola. No tenía a nadie con quien hablar, con quien bailar o con quien emborracharse. Solo había un palacio con un laurel en el jardín y un conejo de jade. Nada más.
Chang’e solo pensaba en su esposo Hou Yi y en todas aquellas personas que había dejado atrás en la tierra. La diosa se arrepintió, y mucho, de haberse hecho inmortal y para sus adentros se decía que si fuera posible volver a la tierra y ser normal, lo haría sin pensarselo dos veces.